miércoles, 12 de mayo de 2010

El Principito


En aquel momento apareció el zorro.
- Buenos días - dijo el zorro.
- Buenos días - respondió cortésmente el principito, que se dio la vuelta, pero no vio nada.
- Estoy aquí - dijo la voz -, bajo el manzano...
- ¿Quién eres? - dijo el principito -. Eres muy bello...
- Soy un zorro - dijo el zorro.
- Ven a jugar conmigo - le propuso el principito -. Estoy tan triste...
- Yo no puedo jugar contigo - dijo el zorro -. No estoy domesticado.
- ¡Ah! Perdón - dijo el principito.
Pero tras reflexionar un poco, añadió:
- ¿Qué significa "domesticar"?
- Tú no eres de aquí - dijo el zorro -. ¿Qué buscas?
- Busco a los hombres - dijo el principito -. ¿Qué significa "domesticar"?
- Los hombres - dijo el zorro - tienen escopetas y cazan. También crían gallinas. Es lo único que me interesa. ¿Buscas gallinas?
- No - dijo el principito -. Yo busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"?
- Es algo que se ha olvidado demasiado - dijo el zorro -. Significa "crear lazos..."
- ¿Crear lazos?
- Claro que sí - dijo el zorro -. Tú no eres para mí más que un niño muy parecido a cien mil niños. Y no tengo necesidad de ti. Y tú tampoco tienes necesidad de mí. Sólo soy para ti un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si tú me domesticas, seremos necesarios el uno para el otro. Tú serás para mí el único en el mundo. Yo seré para ti el único en el mundo...
- Empiezo a entender - dijo el principito -. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
- Es posible - dijo el zorro -. En la tierra se ven tantas cosas...
- ¡Oh! No es en la tierra - dijo el principito.
El zorro pareció muy intrigado.
- ¿En otro planeta?
- Sí.
- ¿Hay cazadores en ese planeta?
- No.
- ¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
- No.
- Nada es perfecto - suspiró el zorro.
Pero el zorro retomó a su idea.
- Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Pero si tú me domesticas, mi vida será como un día de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente del de todos los demás. Los otros pasos hacen que me esconda bajo tierra. El tuyo me hará salir de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es algo inútil. Los campos de trigo no me dicen nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes los cabellos de color oro ¡Será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, hará que me acuerde de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un rato al principito.
- Por favor... ¡Domestícame! - dijo.
- De acuerdo - respondió el principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que hacer amigos y conocer muchas cosas.
- Sólo se conoce lo que se domestica - dijo el zorro -. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer. Compran las cosas ya hechas a los comerciantes. Pero, como no existen comerciantes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si tú quieres un amigo, ¡domestícame!
- ¿Qué hay que hacer? - dijo el principito.
- Hay que tener mucha paciencia - respondió el zorro -. Primero te sentarás un poco alejado de mi, así, en la hierba. Yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no dirás nada. El lenguaje es una fuente de malentendidos. Pero, día a día, podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente el principito volvió.
- Hubiera sido mucho mejor venir a la misma hora - dijo el zorro -. Por ejemplo, si vienes a las cuatro de la tarde, desde las tres empezaré a ser feliz. Según vaya acercándose la hora, yo me sentiré cada vez más feliz. Y ya a las cuatro en punto me sentiré nervioso e intranquilo, ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si tú vienes a cualquier hora, jamás sabré cuándo deberé vestirme el corazón... Los ritos son necesarios.
- ¿Qué es un rito? - dijo el principito.
- También es algo que se ha olvidado mucho - dijo el zorro -. Es lo que hace que un día sea diferente a los otros días. Por ejemplo, entre los cazadores hay un rito. Los jueves bailan con las mozas del pueblo. ¡Entonces el jueves es un día maravilloso! Yo puedo pasearme hasta la viña. Si los cazadores bailaran un día cualquiera, los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Por lo tanto, el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercaba el momento de partir:
- ¡Ah! - dijo el zorro -. Lloraré...
- Es culpa tuya - dijo el principito -, yo no te deseaba ningún mal, pero tú quisiste que te domesticara...
- Claro que sí - dijo el zorro.
- ¡Pero vas a llorar! - dijo el principito.
- Claro que sí - dijo el zorro.
- ¡Entonces no ganas nada con ello!
- Claro que sí - dijo el zorro -, por lo del color del trigo.
Luego añadió:
- Ve a contemplar las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas.
- Vosotras no os parecéis en nada a mi rosa, aún no sois nada - les dijo -. Nadie os ha domesticado y vosotras no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. Era un zorro igual a cien mil otros. Pero yo lo he hecho amigo mío y ahora es único en el mundo.
Las rosas se molestaron.
- Sois bellas, pero vacías - les siguió diciendo -. No existe nadie que muera por vosotras. Naturalmente un paseante cualquiera creería que mi rosa es igual que vosotras. Pero únicamente ella se siente más importante que todas vosotras, porque yo la he regado, porque la he cobijado bajo la campana, porque la he resguardado con el biombo, porque le he matado las orugas (salvo dos o tres para las mariposas), porque la he escuchado quejarse o presumir o incluso algunas veces callarse. Porque es mi rosa.
Y regresó donde estaba el zorro.
- Adiós - dijo.
- Adiós - dijo el zorro -. Este es mi secreto. Es muy sencillo: Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
- Lo esencial es invisible a los ojos - repitió el principito para memorizarlo.
- El tiempo que has perdido con tu rosa hace que ella sea tan importante.
- El tiempo que he perdido con mi rosa... - dijo el principito para memorizarlo.
- Los hombres han olvidado esta verdad - dijo el zorro -. Pero tú no tienes que olvidarla. Siempre serás responsable de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
- Yo soy responsable de mi rosa... - repitió el principito para memorizarlo.

Antoine de Saint-Exupéry

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